En nuestro complejo país
asistimos, ya acostumbrados, a los malabares políticos más inusitados. Tras los
pasados comicios del 23 de julio, donde se equilibraron los resultados de la
Izquierda y la Derecha según los potenciales pactos de las diferentes
formaciones en pos de salir investida la una o la otra, a día de hoy estamos
expectantes ante la proximidad de la investidura del líder popular Alberto
Núñez Feijóo, en cuyo desempeño dependerá que coja o no el relevo el líder
socialista Pedro Sánchez. Ambos líderes compiten encarnizadamente por el poder político
en los próximos cuatro años en España. Se juega nuestra nación, pues, que sea
gobernada de una manera o de otra.
Pedro Sánchez, si está
demostrando algo, es su capacidad de adaptación, cual camaleón que cambia de
color según el entorno, para, de la manera que le sea posible, aunar la mayoría
suficiente de diputados que le aseguren la investidura a su partido, y por
ende, formar Gobierno otros cuatro años más.
Él no escatima en cambiar de
posturas, y está dispuesto a hacer las concesiones necesarias a las formaciones
minoritarias, a cambio de su apoyo. Sí, me refiero a Junts per Catalunya, de la
que depende decisivamente su apoyo para conseguir la mayoría suficiente para
vencer contra la investidura de su oponente, Núñez Feijóo.
El problema más grave es el
precio que quiere poner el líder prófugo de Junts per Catalunya a cambio de su
ayuda a Sánchez.
Carles Puigdemont, el líder
de la formación independentista que tuvo que huir en un maletero de un coche
fuera de España para no ser procesado junto a sus colaboradores, reclama la
amnistía para su formación política, de la declaración de Independencia que
llevó a término en 2017, y que, de no ser parada a tiempo, hubiera escindido
Cataluña de España.
He estado investigando en Wikipedia
y parece ser que la nomenclatura del partido de Carles Puigdemont bien pudiera
haber variado desde que estaba en España, a ahora estando en el exilio. Y que,
tal vez, líder, líder, no sea el cabecilla actualmente de todo el tinglado.
Pero lo que cuenta es que es el representante en las negociaciones que se
llevan a cabo de manera clandestina, entre Junts y el partido Sumar, por
ejemplo, presidido por Yolanda Díaz, partido adlátere al partido socialista. Y
que el partido socialista también tiene estrecho contacto a través de Pedro
Sánchez con el figurín Carles Puigdemont, al primero se lo ve amansado por las
exigencias del segundo estos últimos días en las declaraciones de prensa.
Total, se nos presenta un
hipotético escenario en el que, o bien el Partido Popular toma las riendas del
país juntando el apoyo de Vox, Coalición Canaria, y no sé si agua de las
piedras; o bien el partido socialista acapara el poder, presumiblemente, por
aunar más cantidad de diputados en un maremágnum de colaboraciones interesadas,
vendiendo nuestro pundonor nacional a las exigencias de un delincuente infame.
La deriva está servida, la
subida de los precios también. Solo faltaba la situación de las traducciones de
las lenguas cooficiales. Un empujoncito más, un granito de arena más para
incrementar el gasto y la deuda públicas.
Rematando, otra polémica se
sirve en torno al número de personas que acompañaron al presidente del gobierno
en funciones al Congreso de la ONU me parece que celebrado en Washington.
Oficialmente, según La Moncloa, Pedro Sánchez necesitó un séquito de 46
colaboradores. Otras fuentes afirman que fueron hasta 107.
Soñaremos con rascarnos el
bolsillo y llegar apurados a fin de mes; soñaremos con un gobierno calmo, que
nos haga las tareas, que nos solucione los problemas; soñaremos con una
amnistía pactada, con un referéndum que nos autodetermine como idiotas. Soñaremos
con Carles Puigdemont. ¡Pero qué pelucón!