Para reengancharme al
hábito del diario de uno mismo compartido con los demás, y, movido por ese
impulso de comunicación que otrora me caracterizara, empiezo estos apuntes
singulares que por su temática no dejarán indiferente al auditorio.
Hace pocos días empecé
a leerme, en formato digital, el libro que dejase aquel personaje funesto del
pasado siglo para la posteridad: me refiero al libro de Mi lucha, de Adolf Hitler.
Los principales motivos
de esta inusitada lectura son una morbosa curiosidad acerca de la vida de tan
inescrupuloso individuo en el imaginario colectivo en general, y qué pudo
inducirlo a convertirse en lo que se convirtió en particular.
Respecto a lo primero,
su vida, parece ser que provenía de orígenes humildes, que su padre fue un
simple funcionario que se había hecho a sí mismo saliendo del entorno rural.
Pero parece ser que el padre de Adolfo murió teniendo éste trece años. Y su
madre moriría a los dos años siguientes. Esto supuso que tuvo que buscarse la
vida a la que, hasta entonces, se hallaba acomodado. Alternó peonadas en obras
y como acuarelista o algo así. Llegó el primer detonante de la primera gran
guerra mundial, y sobre esto ya va desarrollándose lo segundo, lo que pudo,
paulatinamente, inducirlo a convertirse en un fanático racista y nacionalista.
Sobre ello el libro,
siempre en primera persona, intenta aproximarnos a su visión personal sobre el
mundo, sobre las gentes, la nacionalidad, la patria, la raza, la sangre y su
pureza.
Y es que Adolfo empieza
a ver en todo aquél que no sea de la raza aria un elemento o corpúsculo
extraño. Raras son las alusiones a algún pueblo en Europa que pueda comparárseles,
si acaso menciones expresas de los ingleses. En los judíos ve lo más desechable
de la creación humana, y, con más o menos descaro, lo expone, tachándolos de
mercaderes, usureros, que contaminan la pureza de la sangre, barbaridades que
sólo caben en las cabezas más retorcidas.
Y, por otra parte,
nuestro señor Adolfo, abomina del parlamentarismo, es decir, es todo un señor
belicoso que cree en la fuerza de los más aptos, y no ve en la democracia sino
un antecedente del marxismo, entonces le brillan los ojos con la exaltación del
Estado y de la patria, pero para engullirlos seguramente bajo una ideología
racista y xenófoba de la peor calaña.
Conclusión: esta
doctrina causó conmoción en todo el mundo en su época, y, aún quedan las
secuelas de tanta barbarie y criminalidad cometidas. Lo opuesto al fascismo, el
marxismo al desnudo, produjo, en Rusia, un dolor también irreparable.
Por favor evítense en
el futuro tamaños disparates; que un loco de maldad no pueda adueñarse de una
nación que por sus circunstancias territoriales y políticas cede, y que una
nación no se deje arrastrar por las pasiones de nadie ni de ideología tan
brutal como aquélla que decapita los derechos más elementales de los seres
humanos.