miércoles, 11 de octubre de 2017

HABLAR



Es tan sencillo. Tan gratuito. Y sin embargo muchas veces nos autoimponemos barreras, tabúes, nos callamos por miedos interiores en situaciones que pueden ser dialogadas con tacto y sentido común, que dejamos escapar impresiones y tomas de contacto.

No todas las situaciones son iguales, claro está, por eso saber hablar es un arte más allá del estrictamente lingüístico.

Y, sí, hay personas más dotadas que otras para la oratoria, y de ellas nos enriquecemos al oírlas debatir, hablar, exponer sus argumentos, sobre todo cuando son de nuestra simpatía y acuerdo.

Surge, por lo tanto, en mí, una envidia sana hacia esas personas que saben lo que tienen que decir y lo dicen sin demasiado esfuerzo.

Por eso es importante entrenarnos en soledad, con nosotros mismos, siempre y cuando eso no se convierta en la norma o costumbre. Debemos hablar a los demás con palabras que sepamos manejar y no nos cueste entender, que, aun siendo esto muy obvio, hará que nos comuniquemos con una fluidez más adecuada a nuestra cognición.

Y es que hablando transmitimos, además de nuestros estados de ánimo, las relaciones de convivencia que nos hacen personas para con los demás.

Y si no se puede hablar se puede gesticular, escribir, o utilizar, según sea la circunstancia o carencia que impida el mutuo intercambio de palabras (sordomudez, autismo, etc.), las formas de comunicación que mejor se adapten a nuestras necesidades.

Siempre se puede hablar más y mejor. Es cuestión de técnica. Así yo quisiera desarrollar más esta capacidad.

Querer es poder.

Hablar o cualquier otra forma de comunicación siempre será válida para que no nos ensimismemos; y por eso es tan importante estar activo y ejercitar nuestras cuerdas vocales; porque si no hablamos dejamos que los otros hablen siempre por nosotros.

Querer es poder. Hablar y conversar un derecho del que, siempre con respeto, todos podemos sacar provecho.


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