Es
tan sencillo. Tan gratuito. Y sin embargo muchas veces nos autoimponemos
barreras, tabúes, nos callamos por miedos interiores en situaciones que pueden
ser dialogadas con tacto y sentido común, que dejamos escapar impresiones y
tomas de contacto.
No
todas las situaciones son iguales, claro está, por eso saber hablar es un arte
más allá del estrictamente lingüístico.
Y,
sí, hay personas más dotadas que otras para la oratoria, y de ellas nos
enriquecemos al oírlas debatir, hablar, exponer sus argumentos, sobre todo
cuando son de nuestra simpatía y acuerdo.
Surge,
por lo tanto, en mí, una envidia sana hacia esas personas que saben lo que
tienen que decir y lo dicen sin demasiado esfuerzo.
Por
eso es importante entrenarnos en soledad, con nosotros mismos, siempre y cuando
eso no se convierta en la norma o costumbre. Debemos hablar a los demás con
palabras que sepamos manejar y no nos cueste entender, que, aun siendo esto muy
obvio, hará que nos comuniquemos con una fluidez más adecuada a nuestra
cognición.
Y
es que hablando transmitimos, además de nuestros estados de ánimo, las
relaciones de convivencia que nos hacen personas para con los demás.
Y
si no se puede hablar se puede gesticular, escribir, o utilizar, según sea la
circunstancia o carencia que impida el mutuo intercambio de palabras
(sordomudez, autismo, etc.), las formas de comunicación que mejor se adapten a
nuestras necesidades.
Siempre
se puede hablar más y mejor. Es cuestión de técnica. Así yo quisiera
desarrollar más esta capacidad.
Querer
es poder.
Hablar
o cualquier otra forma de comunicación siempre será válida para que no nos
ensimismemos; y por eso es tan importante estar activo y ejercitar nuestras
cuerdas vocales; porque si no hablamos dejamos que los otros hablen siempre por
nosotros.
Querer
es poder. Hablar y conversar un derecho del que, siempre con respeto, todos
podemos sacar provecho.
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