domingo, 3 de junio de 2018

LUCÍA Y ERNESTO 15ª ENTREGA

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Carta de Sor Paulina, madre superiora del convento de monjas del Carmelo Descalzo.

A petición de tu padre, me enorgullece la decisión de matrimonio que vas a contraer con tu amor de toda la vida, Ernesto, ese amigo y confidente del que tanto me hablaste.

La comunidad religiosa, que tan bien te conoce, y tú la conoces, se encuentra dispuesta a rendirte un merecido homenaje. En el convento, las hermanas  hemos acordado  que puedes celebrar tu enlace en nuestra capilla. Esperamos que aceptes nuestra invitación, Lucía. Y, personalmente, perdona mi desconfianza pasada hacia la vida que, fuera del monasterio, se te pudiera presentar. Somos muy recatadas, aquí, y valoramos la lealtad hacia los votos y hacia El Señor como gran premisa en nuestra congregación.

Un saludo y sincera enhorabuena de la que fue tu madre superiora y de todo el Carmelo Descalzo.

Que Dios os bendiga.

EPÍLOGO

Lucía y Ernesto, en los años sucesivos continuaron cimentando su relación, trayendo un niño al mundo al que pusieron el nombre del abuelo, Jaime. Y un segundo retoño, esta vez una niña, a la que bautizaron como Socorro, acaso como recuerdo que Lucía y Ernesto quisieron proyectar en la pequeña en base al nombre que la madre ostentara en su estancia en el convento de carmelitas descalzas, y precisamente en homenaje a esa época y a la congregación, que, inopinadamente, terminó enlazándolos en matrimonio satisfactoriamente.

Consiguientemente muchas antiguas compañeras de escuela de Lucía se disculparon con ésta por los maliciosos comentarios que realizaban de pequeñas. Su padre no sólo no merecía acabar como en un principio se creía, sino que, ya resuelto el caso, se alegraron de que así no acabase. O sea, que tuviese un desenlace del que, como se ha visto, ha podido dar testimonio.

Y continuando con el mismo personaje, don Jaime, el aludido padre de Lucía, es sabido que encontró un recibimiento de su poesía del paisajismo manchego cada vez más arrollador. Y, a lo largo de su carrera, recibiría merecidos premios y homenajes.

Ernesto, ya rehabilitado con la ayuda del CRPSL y de Lucía y su suegro, y como padre de familia, proseguiría una vida normalizada con un tratamiento adecuado, trabajando por cuenta propia en una tienda de ultramarinos.

Y Manuel, el psicólogo, esclarecería ante la comunidad esta historia para transmitírsela de la manera lo más cómica posible a su familia y generaciones venideras. Evocaría su pasado de boxeador con un tintín anecdótico, y mantendría siempre la simpatía y el apego de don Jaime, su hija, su yerno y sus nietos.

-FIN-


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