En este veintiuno de
noviembre que se abre camino, intento idear un artículo referente al tema de la
CULTURA, con mayúsculas, y lo que ella da pie al ser humano si dispone de
tiempo y recursos suficientes para colmar sus inquietudes y saciar su sed de
conocimiento.
La cultura, más allá
de un sustantivo femenino que denote ciertas acepciones contempladas en el
Diccionario de la Lengua Española, comúnmente es aplicada para referirse al conjunto de conocimientos que permite a
alguien desarrollar su juicio crítico.
La cultura nos da
alas, nos da independencia de criterio, enriquece nuestro bagaje intelectual
y/o artístico, porque nos sustenta de ideas nuevas y enfoques diferentes, y nos
otorga esa capacidad de raciocinio necesaria para afrontar la vida. Es por eso
que desde nuestra más tierna infancia, aquí, en Occidente, e incluso allá, en
Oriente, se le da tanta importancia al tema de la formación intelectual del
pequeñín o pequeñina.
Nuestros primeros
maestros, nuestros padres, o quienes estén a cargo de nosotros, nos proveen de
la lengua materna, pilar o base a partir de la cual podremos desarrollar esa
comunicación vital con el resto de congéneres que a nuestro alrededor la
hablen.
Es esa lengua la que
en el colegio será desarrollada, analizada, estudiada, tanto escrita como
oralmente, para, a partir de ella, y con ella, poder desenvolvernos en estudios
secundarios y, así, disponer de esa herramienta imprescindible para la
adquisición de conocimientos de cualquier materia.
Tras los estudios,
sean estos del grado que sean, mas con un mínimo de la E.G.B. o la E.S.O. o el
Bachillerato, la persona, como decía, decidirá en su tiempo libre cómo
gestionar sus recursos y desarrollar más o menos lo que ha aprendido desde la
infancia.
La cultura se
convierte a partir de entonces en un ocio que podrá enriquecernos, dependiendo
de nosotros las metas y objetivos que queramos marcarnos, como mejorar en
algunos aspectos nuestro Currículum Vitae, o especializarnos en alguna área
concreta (por ejemplo, estudiando un idioma extranjero, informática, etc.), o,
simplemente, como forma de pasar el tiempo evasivamente, distendido (por
ejemplo, leyendo novelas, libros de historias, etc.).
Y es que nuestra
cultura, en esencia, dirá mucho de nosotros mismos: lo que somos, cómo
pensamos, qué gustos o preferencias tenemos, nuestros hábitos,…
Es por eso que desde
pequeñitos a los niños y niñas se les debe enseñar de manera adecuada,
progresivamente, sin infundirles un temor insano, mas con cierta disciplina
para que, a partir de ella, adquieran un autocontrol saludable; es decir, se
les deben enseñar los beneficios que aportan la cultura y el amor a ella en
consecuencia.
Digo todo esto porque
en un mundo cada vez más radicalmente competitivo, hipercapitalizado, hacerse
un hueco cuesta un esfuerzo que debemos estar dispuestos a ofrecer, a no ser
que queramos quedarnos rezagados y orillados en un marasmo depresivo
desaconsejable.
La cultura, más allá
de una obligación debe despertar en nosotros nuestras aptitudes. Ya sea en el
tema que sea, o en el campo que sea, la cultura nos aporta alicientes para
vivir.
Tomárnosla como un
ocioso relax es, quizá, su sumun indudable.
La Cultura y el
tiempo a ella dedicado dirá de nosotros lo que somos como especie.
De nosotros depende
no oxidarnos mentalmente, y, en consecuencia, desarrollar en mayor o menor
grado nuestra cultura.