INTRODUCCIÓN
Sor Socorro, aquella misma noche, que le
había inducido a reflexiones tan profundas como determinantes, quedó convencida
de la decisión que debía tomar irrevocablemente: colgaría los hábitos que tanto
le había costado alcanzar en aquella hermandad religiosa, por la que durante
dos años hubo de guardar sus normas y criterios con absoluta sumisión.
Aún era joven, y su amor, con titánica
estoicidad, le había sido fiel frente a sus dudas existenciales durante ese período
de tiempo transcurrido en el convento.
Volvería a la localidad de la que su
familia era oriunda, y aun con las amargas expectativas de que su historia
diera de qué hablar en el pueblo y alrededores, ella afrontaría los
acontecimientos lo mejor que pudiese.
Sor Socorro, pues, aquella misma noche,
releyó conmovida la última carta recibida de su amor impenitente, suspiró al
fragor de la soledad de su austera celda, y, ya rendida, apagó la luz para
dormir las horas posibles que restaban hasta el amanecer.
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