Cada día que transcurre nos acercamos más a las señaladas fechas navideñas. Este 2024 se está agotando, y de él brotará un año nuevo, 2025, del que anhelaremos nuevas expectativas, y del que cada uno será de nuevo partícipe en la intrincada maraña existencial que le depare su vida, a saber, la mecha prenderá de nuestros ánimos y actitudes.
En este capítulo de mi blog voy a hacer hincapié en un no poco controvertido debate acerca de la autoestima, en particular, haciéndola girar desde mi persona hacia el exterior, mi colectivo, en general.
Desde pequeñito mi carácter vivaz hacía fijar la atención visualmente con avidez. El mismo énfasis ponía en el olfato, el oído, el gusto y el tacto en mi entorno más cercano. Mas verbalmente no reproducía los sonidos del lenguaje con la precisión que la mayoría a esa edad. Y además achacaba de cierto mutismo social, de cierto autismo o, mejor dicho, de falta de expresividad en los entornos a los que se me instaba a adentrar. Me costaba bastante integrarme en sitios nuevos.
Por lo tanto, el desajuste entre mi mundo interno y lo que reflejaba externamente aparejaba una paradoja: un chaval despierto, pero que, por su timidez e introspección no reflejaba al exterior lo que sentía y cómo lo sentía.
Afortunadamente, en periodos clave de mi vida, iría encontrando amistades que me ofrecerían apoyo y respaldo frente a las vicisitudes y dificultades, marcando eso un contrapunto para ir reorientando mis pasos a medida que iba creciendo.
Pero, llegando a la adolescencia, mi comportamiento se desorbita. Mis amistades de siempre me ofrecen su apoyo, yo las rechazo, e inicio una andadura que, años adelante, me revocarían en un enclaustramiento psicosocial fuerte.
Los siguientes tiempos no harían sino deteriorar mi imagen: abandono de los estudios, aunque siempre había ido bien; diagnóstico de una patología a nivel de salud mental de la que me sentía muy avergonzado; y un crisol de tristezas, ansiedades y vivencias variopintas que darían lugar a la adquisición de nuevas experiencias en nuevos entornos, ahora protegidos. Estuve, un tiempo, en un Centro Ocupacional de mi localidad, pero, del que me salí dada mis ganas de avanzar y lo desnivelado a nivel intelectual que me encontraba con las personas del Centro en cuestión.
Pero, poco tiempo después, tras obtener mi permiso de conducir, y tras un intento de estudiar un módulo infructuoso, se abre, para sorpresa de mis padres, un Centro de Rehabilitación Ocupacional y Laboral (CRPSL) en la zona. Todo ello instó a que se me convenciese, primero titubeantemente, luego iría forjando un vínculo más fuerte, a acudir a dicho CRPSL.
Este CRPSL era otro Centro, sí, pero con la diferencia de que el tratamiento era más especializado para las afecciones de tipo mental, que no intelectual.
Aquí mi integración ha sido, a lo largo de los años, un leitmotiv muy importante: mi recuperación tanto a nivel psicosocial como, en ciertos periodos, laboral.
En los últimos años, cada usuario cuenta con su propio e individualizado Plan de Recuperación Personal, el cual, en armonía con su tutor/a de referencia es planificado y en conjunto con el equipo de profesionales es aprobado.
Con todo esto voy a parar a que, a pesar de pesar, valga la redundancia, un pronunciado estigma en la población desconocedora de este tipo de problemática, ciertamente, se va acaparando más acercamiento, proximidad y empatía.
Sufro, no obstante, mi carga personal en la población, de eso soy consciente. Como todo afectado de este tipo de patologías, y como todo pueblo que se precie, la voz corre diáfana a través de las personas. Para lo bueno y para lo malo. Como a todo ciudadano de pueblo. Y es que, como entre grupos de personas en Consuegra unos hemos tenido más o menos contacto, más o menos experiencias, como se suele decir, “nos conocemos”.
Esto no significa que sirva de óbice para los chismorreos y demás a nivel social. En tanto que la enfermedad mental es una enfermedad no visual, no física, silenciosa, que se lleva dentro, el estigma estará ahí: en la persona, en la familia, en qué sé yo más niveles. Aunque es crudo de reconocer.
Afortunadamente contamos con los atenuantes de la medicación, la buena implicación del afectado, la ayuda profesional suministrada y el proceso de recuperación que, lentamente, realiza la maravillosa transformación de la persona: la reintegración en la sociedad y la evitación del rechazo.
Ahora como siempre prevalecen las fortalezas y los valores frente a las iniquidades.
Nuestra nación es afortunada de haber desarrollado un espacio en la gestión de la salud mental. Dejando atrás pasados tiempos, se ha optado por una red de servicios que ampare lo mejormente posible tantos y tan virulentos estados de crisis mentales.
Defiendo mi honra, ya que, aun juzgada por otros en criterios de incredulidad, desconocimiento, o falta de razones, yo, y solamente yo, sé por lo que he pasado y mi familia puede y está para atestiguarlo. Las secuelas, latentes, o presentes, no deben pasarnos inadvertidas. Toda persona puede padecer a lo largo de su vida algún tipo de problema de salud mental.
Mi querido Pedro, qué maravilla, que duro, pero muy terapéutico para todo aquel que lo lea y no haya pasado por algo así 😘😘
ResponderEliminarMuy buena reflexión Pedro sobre tu vida que te ha tocado vivir, y que lo expresas tan bien, así que te deseo te te deseo mucha suerte en tu vida y mucho ánimo y sigue escribiendo, es porque es un placer leer lo que escribes
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