Las
palabras son las piezas de un mecano lingüístico.
Se oyen, se
hablan, se leen, se escriben; se las lleva el viento cuando las traicionamos.
Las
palabras son la base de las lenguas.
Cuando se
escribe un libro representan unos edificios didácticos, de entretenimiento, de
cultura, de tauromaquia, de religión, de ficción, de realidad inventada, de
misterio, policiacos tal vez,…
Tienen
tantas combinaciones como si de una Lotería Primitiva se tratase. Acaso el
argumento de una buena historia sea como la casa bien construida y ordenada de
la que se puedan hacer valoraciones.
Las
palabras como signos gráficos; como sonidos, como si quisiéramos referirnos con
ellas para entender la materia, lo físico, lo espiritual, lo abstracto, lo
metafísico.
Jugamos con
ellas cuando las conectamos metafóricamente.
Palabreamos
con ellas cuando pretendemos insultar u ofender a otra u otras personas. Las
mal usamos cuando lo que buscamos es la confrontación, la batalla dialéctica.
Sin embargo
pueden servir también para comunicarnos afectivamente, o cuando queremos llegar
a acuerdos, pactos, convenios.
Encajan
mejor o peor dependiendo del contexto, la situación, la circunstancia.
Las
gramáticas dispares son como las leyes que las rigen idiomáticamente.
Las
palabras como tabúes, como políticamente correctas, como ladrillos que golpean
cuando duelen.
Las
palabras que, en fin, sirven para organizar nuestra mente, darle salud,
proyectos, ilusiones, sueños.
Pensamos
palabras: ellas nos ponen de mejor o peor humor.
Las
palabras para la cultura, la investigación, el desarrollo social; para
mentirnos, para sincerarnos, para la política, para muchas otras cosas.
Las
palabras para convivir, para relacionarse, para conocerse, para comunicarse.
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