miércoles, 26 de diciembre de 2018

LA NAVIDAD


Ya llega la Navidad. Dulces y turrones a mansalva para refocilarnos espiritual y emocionalmente de nuestras posesiones, de nuestros bienes frente a las miserias que nos subyugan.

Las cadenas televisivas, cómo no, crean sus propios edenes navideños para atraer nuestra atención y nuestro bolsillo hacia sus intereses maquillados.

La publicidad mostrándonos sus encantos ficticios para que piquemos en sus productos comerciales.

No por ello, la Navidad, en el catolicismo arraigada, ha de ser malinterpretada tan severamente.

Después de todo las raíces cristianas que de ella emanan abarcan a la mayoría social de sus fieles. Con mejores humores la juventud y la mediana edad se reconcilian en estas fechas de los roces que, a lo largo del año, friccionan sus voluntades.

Sea cual sea el estrato social al que se pertenezca, parece ser este tiempo más proclive a la reconciliación y entendimiento fraternales, familiares.

Las familias se reúnen, o lo pretenden, y, en los días más señalados, intentan aparcar sus diferencias con las típicas cenas de Nochebuena, o, con el día de Navidad, si bien las previas planificaciones de las féminas madres de cada hogar no siempre terminan con lo deseado: un reproche por aquí, un malentendido por allá, un imprevisto desafortunado,…

La Navidad, aquí en España, se va americanizando desde hace décadas, y no faltan los árboles navideños junto a los Papás Noeles que acaparan parte del protagonismo inherente a los personajes esenciales de nuestra religión explícita: el Nacimiento del niño Jesús, la austeridad en la que éste está inmerso, siendo sus padres, José y María, quienes, prófugos, intentan protegerle de la sanguinaria ley a la que el rey Herodes, chiflado de perder su poder ante un neonato usurpador divino, lleva a la práctica.

Se produce, pues, una antítesis, un choque de dos maneras opuestas de entender la realidad hasta entonces imperante en la civilización judía.

Por un lado un rey inseguro y tiránico que, supersticioso hasta la médula, intenta aplacar sus temores de perder su soberanía intentando matar, desde su nacimiento, a su potencial adversario.

Herodes, el rey en cuestión, aferrándose a su poder y a sus bienes materiales.

Jesús, el Niño de la promesa que reconquistará los corazones oprimidos por las injusticias terrenas: aquéllos que buscan la verdad y la paz.

Basta, con lo dicho, deducir que Jesucristo se criaría con el amor de sus padres, mas guiado sobrenaturalmente por su intuición y afecto hacia su Padre de los Cielos. Iría, pues, forjándose su personalidad cautivadora, su forma de querer reconciliar al hombre consigo mismo y con sus prójimos.

La historia, ya sabida de Jesús en sus años de vida pública, le daría la razón entregando su propia vida en la cruz, para salvarnos del pecado, surgiendo el cristianismo incipiente que, al principio perseguido, y, más tarde aceptado, conformaría el dogma religioso en que ha llegado a convertirse en nuestros días.

La Navidad, pues, representa para todos los creyentes católicos el inicio de la vida del Hijo de Dios, la esperanza entre el desconsuelo y la hostilidad en la que hasta entonces se vivía.

Esto, trasladado a los fieles, especialmente en estos tiempos de crisis, nos da motivo de reflexión y esperanza para que renovemos nuestros ánimos y sensibilidades, y, desviemos, aunque sólo sea en estas fechas, nuestras pretensiones más materialistas hacia unas convicciones más espirituales.

Que Dios nos guarde.


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