A
la vista está lo que, llegada a cierta edad, la vida parece deparar al ser
humano que tropieza más de una vez y preconcibe que en más ocasiones le
sucederá.
El
enfermo mental, el intelectual que se blinda en su historieta personal, en su
búnker mental, cada mañana que amanece puede venírsele encima la culpa de lo
que vive con lo que le ha deparado a esa situación.
Por
eso, cómo no, ponerse a hacer actividades programadas ayuda a rentabilizar más
el tiempo. O, si se dispone de ello, las personas de tu entorno que te puedan
ayudar a organizarte.
Estos
últimos días voy cavilando tantas y tantas cosas existenciales que, tras
sesudas sesiones de auto-afligimiento vano y reedificación de la realidad
estéril, termino por dejar el tiempo pasar, sin más, desembarazándome de lo
superfluo e intentando en los ratos de mejor ánimo estrujar los mismos con
entusiasmo.
Casi
como en el colegio, ya sea a los veinte, a los treinta, a los cuarenta… años,
sea la edad que sea, emprender la vida como si fuera la escuela en la que
aprender y adquirir hábitos, habilidades, conocimientos, de relación con los
demás, de autoconocimiento, de aprendizaje lo más ameno que nos sea posible.
La
meta sería alcanzar un graduado en el máster inacabable del fluir mientras nos
sentamos vivos y con ganas de hacer cosas.
Guiarse
por el espíritu y por el momento, por las corrientes que surjan a nuestro
alrededor, adaptándonos a las que hagan sentirnos mejor, terapia saludable para
no caer en el desánimo o la depresión.
Para
eso tenemos las ideologías, los libros, los ejemplos de ilustres personajes de
la historia, qué sé yo, mil y una formas de que el paso del tiempo en este
mundo no resulte tan insustancial o banal.
Hay
que romper las barreras de la pereza, si no podemos nosotros mismos, pidiendo
ayuda a nuestros seres queridos, o a la gente cercana que no nos deje de lado.
El
resto es querer mantenerse en el giro de la peonza y en no cansarse en volverla
a lanzar, en el estímulo constructivo, en la inercia de nuestros mejores
entusiasmos.
Casi
como en el colegio, hilvanando unas etapas con otras, sabiendo transformarnos
según el paso de la vida, e intentando, así, no cansarnos al llegar a edades
provectas.
No
nos hagamos tanto daño a nosotros mismos. Intentemos exteriorizar lo mejor de
nosotros. Intentémoslo.
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