Una y otra vez. Repetimos los mismos errores.
Tropezamos eventualmente en la misma piedra. Nos precipitamos al abismo de
nuestra zafia condición humana.
Una y otra vez. Intentamos que nos comprendan. Que
nuestros padres, nuestras madres, dejen de reprocharnos sus cuitas. Que
parezcamos algo más valiosos para ellos de lo que están dispuestos a
demostrarnos. Que el tormento y la pesadumbre familiares se diluyan, porque,
hastiados, nos abochornan y nos encenagan en una toxicidad patológica.
Una y otra vez. Queremos ser mejores y salir a
flote. Andamos cierto trecho despreocupados, pero, ¡plaf! el golpe que no avisa
nos recuerda lo frágiles que somos. Y nos recuperamos, pero ya aprendemos a ser
resabiados, a ser cautelosos, a andar ojo avizor ante próximos cataclismos.
Una y otra vez. No queremos resultar cafres, pero
no somos muy habilidosos en ciertas ocasiones que sí lo desearíamos. Y, una y
otra vez, repetimos los mismos errores, tropezamos en la misma piedra, nos
precipitamos al abismo de nuestra zafia condición humana.
Pero llega un nuevo día, una nueva oportunidad de
demostrar lo que valemos, y, sí, lo intentamos, hacemos cuanto podemos porque
nuestros padres, nuestras madres, nos aprecien más. Porque dejen de amargarse
tanto a sí mismos. Porque de un rayo de luz surja un brote de felicidad.
Y aun cayendo en los mismos errores, en la misma
piedra, una y otra vez, coloreamos los contextos para que no nos resulten tan
desoladores, tan abúlicos, y no veamos todo tan negro o gris.
Una y otra vez, intentamos que nos comprendan,
hacernos comprender; pero no es fácil, porque la vida es una prueba perpetua,
desde que se nace hasta el último día; y nunca sabremos con seguridad absoluta
qué es esta realidad que nos circunda, qué misterio es la vida, ya que es uno
de sus constituyentes y atractivos fundamentales.
Adaptarnos, eso queda. Una y otra vez. A nuestros
aciertos, a nuestros fracasos, a nuestros logros, a nuestros errores.
Repitiendo pautas; maravillándonos por cada descubrimiento; tropezando, a
veces, en la misma piedra; precipitándonos al abismo de nuestra zafia condición
humana.
La condición humana explicada de forma cruda y real. De ella surge lo peor y lo mejor, como este texto.
ResponderEliminarGracias por compartirlo.