Apetencias hay las
tantas como temas de interés,
apetencias de natura
que se llegan a querer.
Apetencia de lectura,
apetencia de crecer,
apetencia de
escritura, apetencia de saber.
Apetencia de mesura,
apetencia o no de sed,
apetencia de comerse
una tarta, un pastel.
Apetencia a lo
social, de amigos con que estés,
apetencia a dialogar
departiendo lo que sé.
Apetencia de
riquezas, ambiciones como un tren,
apetencia de excesos,
de fatigas en los pies.
Apetencia o no de
esfuerzo, de contento o de hiel,
apetencia de salarios
justos al final de mes.
Apetencia libidinosa,
apetencia de mujer,
apetencia de un
encuentro con pareja piel a piel.
Apetencia de mandar,
de un tirano o de un rey,
apetencia de que sea
la justicia nuestra ley.
Apetencia religiosa,
del zelote con su fe,
apetencia por el rezo
a ese Dios, a Yahveh.
Apetencia por lo
ignoto, por llegar a aprender,
por ir uno
descubriendo este mundo que se ve.
Apetencia por el
arte, por mercados, por vender
esos cuadros ya
pintados a ese mundo grande y cruel.
Apetencia por decirte
“hasta aquí llegó esto, che”,
argentino que se
precie, o español que se las dé.
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