Al
oír la radio, recostado en mi lecho, evoco en mi mente ideas sutiles,
perifrásticas, de la magia que es la realidad en sí. Me dejo llevar por esos
poderes hechizantes que nos conducen a imaginarnos, a veces, otras personas, en
otros lugares, en otros sitios.
En
especial cuando, tras haber jugado con el dial radiofónico, sintonizo una
emisora que capta mi atención, y en la oscuridad de mi habitación mi memoria
refulge porque se entusiasma con lo que está oyendo.
Quizá
fruto de mi simpatía hacia el lenguaje escrito, mi afición por indagar en
obtener de la lengua española un contenido rico en matices y esencias, me dejo
llevar por, como decía, tal o cual programa radiofónico, sea documental,
entrevista, o noticiario, que, en esa combinación mágica de oír la radio con
atención hacen que mi raciocinio se dispare con entusiasmo, alzándome el mismo
en las horas bajas.
Por
ende, qué gratificante es el dejarse llevar por la magia de las ondas cuando
podemos disfrutar de ellas y nuestra mente se encuentra receptiva.
Grandes
comunicadores hacen de este medio una cura contra la soledad, el abatimiento,
el aburrimiento, la tristeza, el desconsuelo, suponiendo, en muchas ocasiones,
una excepcional terapia psicoterapéutica.
Al
oír de la radio las tertulias, los programas de humor, la música, etc.,
contamos con un aliado insospechado en el fomento de nuestra imaginación, de
nuestro bienestar mental. En mi caso, como pudiera sucederle a cualquier otro,
para asociarlo con el lenguaje literario, en auxilio de pensamientos profundos
que se quieran transmitir, o que se deseen sentir.
Qué
agradable, pues, en consecuencia, navegar por las nebulosas del azar en busca
de la aventura que nos reporte un rato de pensamiento profundo y/o evasivo.
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