***
Querida Lucía:
Han pasado ya dos años desde que
decidiste ingresar en el monasterio como religiosa. Dos años de añoranza de tu
risa, tu alegría, tu consuelo.
Este verano, tan cálido como bochornoso,
no me ha sido plenamente generoso. Yo, tan alegre y vital, siempre tirando pá
lante, me encuentro en una encrucijada tan precaria que me hace sentirme tan
vulnerable que me flaquean las fuerzas hasta para las ganas de comer.
Ese maldito vicio que siempre pretendo
desterrar en los momentos de mayor depresión y desesperación, ruge en mi
interior, ahora con mayor ímpetu, porque mi padre Ernesto murió hace unos días
de una feroz neumonía. La soledad en el hogar, por lo tanto, hace de mí un ser
nostálgico, vagabundo, apesadumbrado, que no quiere recaer en la atroz
ludopatía que destrozaría por completo lo poco que me queda de valía como
persona.
Para mantenerme estable dentro de mis
posibilidades acudo al Centro de Rehabilitación Psicosocial y Laboral del
pueblo. Allí soy apoyado y orientando con terapias y actividades.
No obstante, como te decía, necesito un
apoyo en casa, y qué mejor que tú, que tan bien me conoces, para poder
redirigir esta vida que tan difícil se me hace manejar. Estoy seguro que tú
también me echas de menos, y, aunque respeto tu religiosidad, siempre vi un
ápice de desasosiego en tu interior que tú te negabas a aceptar tras el
asesinato de tu padre.
No quiero inquietarte, pero, pienso, que
si aún queda algo de amor entre nosotros, te replantees la posibilidad de
venirte a vivir conmigo. Que nos demos una oportunidad en nuestras penurias.
Que podamos, juntos, afrontar lo que nos venga.
P.D. Eres libre de decidir lo que
quieras. Lo respetaré.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario...