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El sol amanece radiante en un nuevo día
que se abre paso. El tiempo ha ido pasando frugalmente en la localidad para
Lucía y Ernesto. Ha pasado ya algo más de un año y, contra todo pronóstico, la
convivencia de la pareja a que damos protagonismo ha resultado recíprocamente
positiva en ambos. La tez de Ernesto ha ganado color, y, nuestra entrañable
Lucía, vestida usualmente de manera austera y pudorosa, empieza a interesarse
gradualmente por un vestuario más jovial y desenfadado.
-Pásame el azúcar, anda –Ernesto
dirigiéndose jovialmente a su amiga reclama un bote de cristal tallado donde guardan
la sustancia citada.
-Toma, Nesto, que edulcoras el almuerzo
–le habla Lucía, dándole el azúcar.
-Lucy, vayamos hoy de compras a Toledo,
que el tiempo es perfecto.
-De acuerdo, trovador, animando tú mis
días, con tu risa y tus cuentos.
-Nesto quiere ropa, Nesto quiere esto,
sábado de sol, sábado en efecto.
-Bueno, poeta, que hacemos de los días
momentos superpuestos –cavila ligeramente Lucía, siguiéndole el rollo a su
pareja.
-Lucy, guapetona, podemos ir a “La luz
del Tajo” para ver qué ropa te gusta más –Ernesto apela a Lucía.
-Sí, que ya me va haciendo falta algún
vestido bonito –Lucía para sí habla al tiempo que lo piensa con sinceridad.
-Es genial que llevemos juntos todo este
tiempo. Tras las penas vienen las dichas, ¿no crees, Lucy? –dirigiéndose a ésta
con una risa en los labios.
-Sin duda, amor, seamos, pues, dichosos
y vivamos nuestra aventura tan ricamente –remata Lucía tras engullir un
bizcocho en la leche tibia, costumbre arraigada del convento.
Diciendo esto continúan un rato más
conversando, hasta que el ruido del timbre de la casa suena y Ernesto se dirige
a la puerta a ver quién es. Pero tras abrir la puerta y mirar el exterior en
derredor se percata de que nadie hay en el portal. Sin embargo, observador,
divisa una carta en el suelo del escalón de la calle, cuyo remitente no
aparece, pero sí a quién va dirigida. Para Lucía –se aprecia, únicamente
escrito a bolígrafo azul en toda la superficie del sobre.
-¿Pero, y esto, qué significa? –se
interroga Ernesto, cogiendo del suelo la carta e internándose al interior del
hogar confundido, para, acto seguido, dársela a su destinataria.
-¿Qué me traes, Nesto? –le dice con la
mirada, al tiempo que coge la carta con su nombre la aludida.
-No tengo idea quién puede ser. Ábrela y
despejemos las dudas de una vez –le insta Ernesto intrigado.
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