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De esta manera terminaba la misteriosa
carta cuya cabecera indicaba era dirigida Para Lucía. La pareja, tras leerla no
sin estupefacción, empezaba así a intercambiar impresiones.
-¿Tú crees que el misterioso Manuel es
tu psicólogo? –mira Lucía a Ernesto diciendo esto aún boquiabierta.
-Todo lo indica. Qué vueltas tiene la
vida. De qué manera nos enteramos cuando menos nos lo esperamos –ahora
interviene Ernesto.
-El lunes saldremos de dudas. Iremos con
la carta al CRPSL. Aclararemos esto. ¿Verdad, Nesto?
-Sí, amor –responde Ernesto
automáticamente.
El sábado de ese junio de 2011
transcurrió para la pareja protagonista con un halo de esperanza inusitada e
imprevista. Decidieron, no obstante, ir a “La luz del Tajo” para pasar el día y
no obsesionarse con el tema que en el fondo les había conmocionado.
El domingo, para variar, Lucía y Ernesto
decidieron investigar por la vecindad si alguien conocía a un tal Ricardo,
hombre de unos cincuenta años, si todavía funcionaba la editorial La Isla.
Sin embargo, al ser día festivo no
encontraron a ningún conocido que pudiera darles información sobre aquella
persona. Entonces decidieron ir al edificio donde Lucía recordaba que se
ubicaba la editorial donde su padre trabajaba. Para su sorpresa ya no era
editorial lo que allí funcionaba. Los recibió un hombre de mediana edad.
-Buenos días, ¿qué se les presenta?
–salía al paso el comentado hombre.
-Venimos a preguntar por Ricardo, jefe
de la editorial La Isla. Es aquí donde funcionaba ¿Cierto? –indaga Lucía.
-Ah, sí. Esto fue una pequeña pero
exitosa editorial hace ya años. Y, sí, la regentaba mi hermano Ricardo. Pero,
de un día para otro, de unos doce años atrás a esta parte, mi hermano, fue a
caer en una depresión profunda. Quedó conmocionado porque uno de sus empleados
murió, parece ser asesinado.
-¿Y, dónde se encuentra ahora él?
–interviene Ernesto.
-Se mudó con su familia a Zamora, el
pueblo de al lado. ¿No estaban ustedes enterados? –responde el hermano de
Ricardo.
-No –dice Lucía, lacónica.
-Si quieren, pueden comprar alguno de
mis productos –señala el hermano de Ricardo señalando a los mostradores donde
se exhiben pasteles y dulces –intenta desviar el tema el hombre porque el
establecimiento es ahora una pastelería.
-Compremos una docena de pastelitos –le
anima Lucía a Ricardo.
-¿Segura? –mira éste a su interlocutora
un tanto confundido.
-Después de todo no fue tan mal hombre
–le susurra ésta a Ernesto a lo bajini.
-Vale, Lucy. Póngame una docena de
pasteles, por favor –indica Ernesto al pastelero con la voz alta y clara.
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