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Así fue transcurriendo el tiempo entre
Lucía y Ernesto, que, mientras cada cual se hacía cargo de su persona,
empezaban de nuevo a hacerse confidentes, como cuando eran algo así como
novios.
Llegan las diez de la mañana, la pareja
protagonista de esta historia ha ido a pie hasta el CRPSL de la localidad donde
residen. Ernesto, como caballero de la triste figura que pudiese atribuírsele,
acompañado de Lucía, atraviesa el umbral con ella para entrar al edificio donde
se encuentra el Centro en cuestión. Un amplio espacio representa el vestíbulo,
y a ambos lados de las paredes hay sillas donde sentarse, al fondo se encuentra
la recepción, y allí un trabajador ejerce de administrativo.
-Buenos días, Miguel –se presenta
Ernesto.
-Hombre, Ernesto. Buenos días. Vienes
bien acompañado. ¿Es amiga tuya?
-Sí. Te presento. Se llama Lucía. Es la
amiga y vecina de mi infancia y mocedad. Se ha venido a vivir conmigo. Entre
otras cosas, por eso quiero ir a hablar de ello con el psicólogo Manuel.
-Como quieras. Espera que avise a tu
tutor –el administrativo mediante el teléfono de línea interior del Centro
comunica este asunto al tutor de Ernesto, el psicólogo Manuel, que es requerido
por tal motivo.
-Manuel, aquí está Ernesto, quiere
hablar contigo –se oye al administrativo Miguel hablar.
-Vale, en diez minutos puedo verlo
–contesta el psicólogo Manuel.
-Sentaos, Manuel os recibirá en unos
minutos. No os preocupéis –el administrativo finalmente confirma.
Lucía y Ernesto toman asiento en el
amplio vestíbulo, en dos sillas adyacentes. Ambos cuchichean animadamente.
Lucía contempla el entorno con curiosidad.
-A primera impresión aquí se nota un
clima agradable. Estas instalaciones ¿son modernas, no? –inquiere Lucía
dirigiéndose a Ernesto.
-Sí. Este Centro fue inaugurado hace
unos tres años. Como ves, el orden y la limpieza dan buena impresión –le
responde Ernesto.
-¡Qué maravilla! Ventanas que dejan
entrar la luz, suelo y paredes pulcros. En mi convento la luz había que
buscarla al aire libre. Y, en fin, lo antiguo, aunque en buen estado, no daba
tanto optimismo –declara Lucía.
-Supongo que lo que se pretende es que
nos sintamos a gusto –Ernesto comenta.
-Ya veo. Dios y la Virgen nos protegen.
El resto es cómo queramos sentirnos –sentencia Lucía.
-Tienes razón. Verás que el psicólogo
Manuel es un tipo sencillo y cordial. Sus sesiones colectivas son muy amenas. Y
cuando hablo algo individualmente con él, su comportamiento es muy formal.
-Seguro que sí. Ya verás, Ernesto, como
se te va la pena pronto, y el juego ni asoma en tu recuerdo –le anima Lucía a
Ernesto.