En la casa de la huerta. Yo, sentado en una silla, frente a una ventana enrejada, viendo el trasiego de vehículos que circulan por la carretera.
Un cielo cerúleo apenas surcado por exiguas brumas de nubes blancas se divisa en esta tarde de junio incipiente.
A mi alrededor la brisa vespertina me causa una agradable sensación en la piel que me reconforta.
Yo, ataviado con una camisa de manga corta, decorada con multitud de rosas; con el pantalón elástico de un chándal que uso para los trajines agrícolas; y, con una gorra que embute a mi recién cortada pelambrera, espero a que mi padre llegue de sus recados.
El teléfono móvil, haciendo de improvisada radio, difunde noticias de interés político, en cuyo locutor se capta una voz grave y un tono formal que analiza el áspero panorama nacional con un aplomo notorio. Formaciones diferentes (PP, PSOE, Ciudadanos, Podemos) pugnan en estas fechas ante la inexorable proximidad de unos comicios que se hubieran evitado de armonizar éstas en sus acuerdos, o consensuar aspiraciones por el bien del interés general de la nación española.
Un sol vivo acalora el ambiente recalentando el aire y provocando que uno encuentre sitios de sombra en los que cobijarse como prioritaria necesidad.
El ambiente en la casa de la huerta, en mi tranquilo sosiego mental, hace que proceda a anotar estas impresiones con un ánimo optimista.
Los pajarillos sobrevuelan las tejas del tejado, revoloteando imparables, gorjeando alevosa y reiteradamente sus agudos canturreos, haciendo música idónea para el ornitólogo avezado.
La tarde en la casa de la huerta va transcurriendo tranquila en mi ánimo espiritual.
Mi padre, que ha ido de recados para arreglar un engrasador del tractor grande, se hace esperar no sin una minúscula inquietud que me hace pasar el tiempo monótonamente.
Debido a eso anoto estas cavilaciones con fluida fruición, sentado frente a la mesa en la que escribo animado lo que me evoca interés en esta tarde en la casa de la huerta.
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