Si la tarde soleada embriaga, la tarde nublada amansa con
taciturnas reflexiones al corazón
inquieto.
Las horas mansas pasan, las hojas y flores que brotan de
los árboles tiemblan con el aire, como soplo mágico de irreales fauces.
Llovizna que salpica, guarécete Federica; chaparrón que azota, cobíjate
Carlota.
Los descampados de Consuegra tienen sus rarezas.
Ecosistemas muy diversos, a saber:
Por aquí un campillo, corre que te pillo; por allá un
vertedero; ve y esconde al perro. Más allá de rimas vulgares, hay campos de
siembra, el cerro Calderico con el castillo de La Muela (y los molinos), un río
que fluye con las lluvias, y los viñedos y olivares, si contar queremos por
igual a esta tierra sin igual.
Tarde nublada de primavera, ¿qué deparas con tu velo de
misterio y tus greñas? Salir el sol no se atreve por pereza ¿o acaso sea por
tristeza?
No te olvides Magdalena, que tu nombre es de doncella, de
doncella bien comida, que del horno de cocina se zampó cuatro tortillas.
El ocaso se aproxima, las nubes se vuelven grises, el cielo
ennegrece, y los chistes que se cuentan en la tripa se revuelven.
La tarde amena aleja las penas, y las dichas vivifican si
las sabes atrapar.
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