jueves, 31 de mayo de 2018

MOCIÓN DE CENSURA


Sentenciando tras las tramas
los oscuros panoramas
en España mocionamos
un gobierno de amalgamas.

Tretas varias, muchas manchas
en el vasto panorama,
el gobierno y el poder
se debate en la mañana.

Y entretanto los de a pie
los miramos no sin ganas,
entre tanto circunloquio
esperando a ver qué pasa.

Y es que somos como somos,
españoles de alta gama,
y “olvidamos” que a espaldas
hay ocultas varias tramas.

Politiqueo de colores,
de cuentistas y de hadas,
y con circos y rodeos
los gobiernos juegan cartas.

Y entretanto los de a pie
nos odiamos no sin sarna,
mientras ellos viven bien
y el Estado se desangra.

Sólo Cristo tuvo fe
en los hombres y en las almas,
y es que el hombre es más fiel
cuando en Él encuentra calma.

¡Viva España y la Ley!,
¡Viva el Pueblo y su Monarca!,
aunque no nos aclaremos
en gobiernos que se atrampan.

domingo, 27 de mayo de 2018

LUCÍA Y ERNESTO 14ª ENTREGA

***
De esta manera se fueron esclareciendo las cosas. Entonces, hace aparición Miguel, el administrativo del CRPSL, que les conmina a los tres a que entren al interior del edificio. Parece ser que ya les estaba esperando Manuel, el psicólogo.

Efusivamente Manuel, sollozante, no reprime su conmoción hacia la actitud que le inspira don Jaime.

-A usted le debo mi reputación, qué duda no me cabe. Sin duda, su forma discreta de llevar su existencia todos estos años, a espaldas de la oficialidad y la identificación fiscal, y cuanto queramos llamarlo, han servido, al final, para que, hoy, aquí, podamos reencontrarnos –el psicólogo admite.
-El sacrificio ha valido la pena, Manuel. Gracias, igualmente a ti, por tu actitud honrosa y pacífica para conmigo –don Jaime declara.
-A usted, y a mí, que, juntos, derrotamos moralmente al sinvergüenza de Ricardo –Manuel insiste.
-¿Qué fue de su vida, si puede saberse? ¿Es cierto que se fue a vivir a Zamora? –pregunta Ernesto.
-Se trasladó, sí, a Zamora, sus remordimientos no le dejarían en paz. Alguna vez le he tratado. Al final y a la postre ha resultado ser un ser enajenado y depresivo, según mi comentario clínico –se mofa Manuel, seguro en la intimidad de su despacho, y tras los años de angustia que igualmente le habían producido tanto secretismo y despojo de la identidad de un hombre inocente, don Jaime, y el cariño y el amor de su gente, y al que tanto debía.
-¿Y la policía? Porque naturalmente quiero que mi padre vuelva a la existencia civil –Lucía, enérgica, no deja pasar el asunto.
-No te preocupes, cariño. Ricardo, a buen seguro, dormirá hoy en los calabozos. Y yo, que me parece que ya es hora de ocuparme de ti y tu novio, me ocuparé de que podáis disfrutar de una boda como es debido.
-¡Papá! Que hace meses aún tenía mis votos –ruborizada le atraviesa la ex monja una mirada socarrona a su padre.
-Una boda modesta es suficiente –Ernesto arguye, lacónico.
-Sí, tú arréglalo –ahora Lucía mira a su amigo-novio más vivaz.


lunes, 21 de mayo de 2018

EL ROCÍO

Vi pedazos de cielo en el rocío de una planta,
vi que el agua en gotas corría a sus anchas,
y de mí se escapaba cuando quise atraparla;
el tacto del tallo, las hojas muy largas,
el suelo empapado de frío y escarcha,
los sueños mojados de hierbas compactas,
la savia en mi sangre, la risa en mi manga
cual suave rocío que lleva mi alma;
el aire que inhalo marcando mi aura,
el campo y sus flores, la brisa que embriaga,
las gotas de agua surcando mis palmas,
rocío que busco, que cada mañana
condensa el aire que late en mi karma.
Rocío andaluz, romería que mana,
la Virgen que presta a caballo se clama,
y así el pueblo viste con gloria a su Dama,
la llave de Cristo que surca y ampara
esas tierras del sur, esos lares de España.
Vi pedazos de cielo caminando en el alba,
vi al Rocío en la esencia del rocío que escapa.


domingo, 20 de mayo de 2018

LUCÍA Y ERNESTO 13ª ENTREGA

***
En el vestíbulo del Centro, sentado sobre el escalón primero con el que uno se topaba al entrar al mismo, un individuo de unos cincuenta años, pelo corto y encanecido, barba rala, ropa algo descompuesta y pintas de punk desfasado, parece como, con su sola presencia, estuviese estar esperando a que la joven pareja apareciese.

-Ernesto, que no nos va a poder atender como nos demoremos más,      ¡vamos, corre! –presurosa Lucía arrastra a su amigo.
-Ya voy, tranquila, mujer, pero, espera, mira a ese hombre. Esa cara, esa mirada, ¿no te dicen nada? –señala Ernesto a Lucía no sin cierta perspicacia.
-Pues ahora que lo dices, ¡Dios santo! Pues sí, me da cierto aire familiar –reconoce la ex monja.

Sin mediar ni una palabra más, y pareciendo que el diálogo no ha pasado desapercibido para el misterioso personaje apostado en el escalón de entrada al Centro, el cincuentón se dirige a la pareja con cautela y guardando la compostura lo mejor que puede.

-Lucy, ¿no sabes quién soy? –la exhorta el extraño de sopetón sin darle tiempo a más presentación.
-(Con lágrimas en los ojos, y visiblemente afectada) ¿Padre? Santo Cielo, me va a dar un patatús –es todo lo que acierta a contestar Lucía, ya casi descompuesta.
-¿Quién si no? –el personaje así se desvela, abrazando efusivamente a su tesoro más sagrado, su hija tan añorada.
-¿Don Jaime? –balbucea atónito mientras tanto Ernesto.
-Cuánto has crecido, Ernesto. Y parece que mi hija te cuida bien, tienes buen aspecto –como es su costumbre, don Jaime, el padre de Lucía, se dirige directamente al amigo de su unigénita, como si el soplo de ausencia o muerte supuesta se hubiese desvanecido.
-Padre, todos estos años. Tiene mucho de lo que hablarme –dice Lucía.
-Cómo no, tesoro. Déjame que me recomponga de la emoción yo también. Han sido años duros, de ir de un sitio para otro, con la esperanza de poder regresar siempre presente.
-Ya nos dirá. Le creíamos todos muerto –apela Ernesto.
-Las cosas se precipitaron en muy poco tiempo, hijos, no tuve opción si no quería salir mal parado. Manuel, el psicólogo que lleva este Centro, en su juventud, por perentoria necesidad, se aferró a la deleznable proposición que le propició Ricardo, mi jefe en la editorial La Isla.
-Pero, al final, no consumó lo que se le había encomendado –recuerda Ernesto.
-Para fortuna mía así fue. Ricardo, el editorialista que tan mal me quería, arengó al pobre Manuel para que me propinase una paliza una noche dada. Pero, el chicarrón de entonces, que no tenía en sí mal corazón, me alertó de que mi jefe le había chantajeado por una modesta suma de dinero. Le quería utilizar como matón. Pero las cosas salieron de la manera más inesperada.
-O sea, le confesó, Manuel, mi psicólogo, sus intenciones sin llegar a ponerlas en práctica –concluye Ernesto.
-Algo así. La cosa es que, Manuel, que no era tonto, me dejó ir, no me pegó ni nada. Y, para encubrirlo todo, Manuel me legó la mitad del soborno que Ricardo, el editorialista, le cediera para mi paliza.
-¿Sí? Qué honorable –Lucía reconoce.
-Entonces, yo, decidí desaparecer y mantenerme con el dinero que me prestó Manuel. Ambos, así, de mutuo acuerdo, convenimos en la farsa de mi misteriosa desaparición y posible interfecto por circunstancias desconocidas –concluye don Jaime.
-Pero, don Jaime, su cuerpo, qué hizo para que se le “enterrase” y no levantar sospechas. Creí de pequeño que usted, dada la violencia del ataque que sufrió, fue enterrado sin ser mostrado en público. Así, sí, ciertamente las piezas encajan.
-Evidentemente, Ernesto. El padre de Manuel, un humilde sacristán, se esmeró lo suficiente para usurpar del registro un cadáver que ese día, cosas de la vida, le había asignado para su velatorio desierto el sacerdote de la localidad. Todo fue que el muerto en cuestión no se encontraba identificado porque parece ser era un indigente. Lo arreglamos los cuatro, el cura, Manuel, su padre el sacristán y yo de tal manera que constase en el padrón que el fallecido había sido yo.


domingo, 13 de mayo de 2018

LUCÍA Y ERNESTO 12ª ENTREGA

6

El lunes empieza con una temperatura moderada para la época en la población de Lucía y Ernesto. Aún no son las nueve de la mañana, pero el traqueteo en la casa es ostensible. Lucía se encuentra algo agitada y alterada por el rumbo que los acontecimientos van tomando. Ernesto, pasmado e intrigado por tanto misterio.

A trompicones van arreglándose y serenándose mientras dilucidan de qué manera abordar al psicólogo; la posible estrategia para el encuentro que la misteriosa carta les ha suscitado; la posible interpretación que deban dar a los hechos a partir de entonces.

-¿Cuánto te falta para salir del baño, Lucy? -Inquiere Ernesto a ésta desde el otro lado de la puerta del servicio, al tiempo que la apelada, nerviosa, se termina de secar el cabello.
-¡Ya voy, impaciente! Respeta a tu dama, por lo que te conviene –contesta Lucía, seca.
-Pero, ¡mira qué hora es! Tenemos que estar a las nueve en punto en el Centro –Ernesto se impacienta.
-Ya voy, pesado –termina Lucía.

Una vez compuestos, los dos intentan repasar una síntesis de lo que van a decir.

-Bueno, Lucy, le dirás qué ha sido de su pasado como boxeador. Cómo consiguió financiarse su porvenir, sus estudios.
-Sí. Y lo más importante, cómo, si es que al final evitó dar la paliza a mi padre, encubrió su traición. Y, naturalmente, el paradero del mismo –a Lucía le brillan los ojos.

Atropelladamente van atravesando calles y aceras a pie, hasta, por fin, llegar al Centro el paciente y la ex religiosa.