Contaría con una edad próxima, si no ya dada, de unos catorce años, cuando, en mi primer año de instituto y tercero de Educación Secundaria Obligatoria (E.S.O.) de aquel entonces, a través de una maestra, llamada Raquel, fui a dar con mi primera lectura acerca de La Mujer y su papel en la Historia.
Concretamente, en un momento dado del curso de la ESO que cursaba junto a mis compañeros de clase, se nos instaba a que, por mandato de la citada profesora, adquiriéramos un ejemplar del librito “La mujer en la historia”, de la autora Eulalia de Vega, y de la editorial Anaya, para que, tras su previa lectura, realizásemos en una fecha fijada una especie de examen evaluativo para que Raquel, por medio de ciertas preguntas, pudiese comprobar si nosotros, sus alumnos, nos habíamos leído el libro que nos había mandado y si lo habíamos comprendido.
La misma obra nos muestra la evolución del papel desempeñado por la mujer, tanto en el hogar como en la economía y el trabajo, de forma paralela a las transformaciones sociales, políticas y económicas que se dieron en Europa desde la época medieval hasta nuestros días. La actividad de mujeres de todas las clases sociales es seguida en esa obra, que intenta recuperar la historia de las mujeres, habitualmente ausente de la historia tradicional, para así lograr una visión más rica y plural de nuestro pasado.
Echando la vista atrás, en esa edad temprana, ese contacto con la lectura de ese volumen me sirvió como uno más de mis puntos de partida creativos y empáticos hacia el sexo opuesto.
La mujer se empodera, especialmente a lo largo del pasado siglo y continúa haciéndolo en lo que llevamos de éste, con mayor facilidad en los países desarrollados y democráticos.
Las alianzas internacionales de los países como por ejemplo pasa con la ONU, la UNESCO o la UE, recogen en sus tratados los derechos de no discriminación por razón de raza, sexo, religión, orientación sexual, ideales políticos; lo que confirma el firme compromiso de que se den los pasos a una igualdad de los géneros, y no se retroceda en lo conseguido.
Para que ese compromiso sea posible, la sociedad dada debe implicarse. Los valores éticos se robustecen no con extremismos o populismos, sino con el sentido común, la cooperación y la integración de todos los y las habitantes de la zona a la que nos refiramos.
Viendo un vídeo hace ya cierto tiempo, tuve la oportunidad de cerciorarme, era un vídeo de YouTube, que había un “influencer” , cuyo nombre ya no recuerdo, al cual se le hacía una entrevista de sobre unas dos horas, en las que básicamente compartía la historia de su experiencia vital, de cómo había llegado hasta donde se encontraba, y que venía a referirse, generalizadamente, que la posición de la mujer respecto a la del hombre estos dos últimos pasados siglos, XIX y XX, puede entenderse desde un enfoque más igualitarista que el del extremo feminismo actual; al menos en lo referido a las clases media-baja y baja: la mujer cuidaba de la prole, se ocupaba de los oficios domésticos y no se le reconocían sus derechos ni ningún salario; mas al hombre, a pesar de ejercer como el cabeza de familia, tenía que ir al frente en caso de conflictos bélicos; exponía su cuerpo a duras y fatigosas jornadas de trabajo, por la emergencia de las Revoluciones Industriales, especialmente, y todo ello le podía acarrear severos tipos de enfermedades y/o accidentes mortales o de índole letal.
Todo esto, paralelamente, no obstaba para que la mujer, de igual manera en esas clases menos pudientes, hubiese tenido una importantísima intervención en la clase obrera a lo largo del siglo XIX, y más de la mitad del XX, con sus consecuentes repercusiones a nivel de salud física, emocional y mental. Generalizando en los países desarrollados o que habían logrado desarrollarse o que iban camino de ello.
De esta manera este enfoque pretende equiparar a los dos sexos en esos dos siglos, alejándolos del distanciamiento de una visión feminista moderna radicalizada que, ciertamente, pudiera premiar la condición femenina sobre la masculina.
Por otra parte, también puedo comentar, cómo, casi por casualidad, me topé con un libro digital en internet, no venal, pero descargable y accesible para la lectura personal, de la primera mujer periodista corresponsal de prensa que tuvo nuestro país.
Una recopilación de algunos de sus tantos artículos para homenajear póstumamente el centenario de su nacimiento compone la obra Josefina Carabias – Corresponsal. Ella debido a la intervención de su hija, Mercedes Rico Carabias, y la catedrática María Pilar Diezhandino. Publicado en julio de 2008. Editado por la Asociación de la Prensa de Madrid.
Josefina Carabias (Arenas de San Pedro -Ávila- 1908 – Madrid 1980), ahora ya casi en el olvido, sobresalió en su época por el entusiasmo y forma de escribir que ponía en sus trabajos de reportera y colaboradora en varias revistas y periódicos de provincias. Escribía de manera que todos pudieran leerla: diáfana, sencilla. Con ella acabó la crónica costumbrista, a la que enriqueció.
El culmen de esta mujer, periodísticamente hablando, se sitúa en sus años como corresponsal en Nueva York y París.
De estilo amable, unas veces; zumbón o irónico, otras, lo suficientemente coloquial, familiar, cuando convenía dar el tono de acercamiento al lector. Firme y serio, sin fisuras, cuando la ocasión lo exige. Pero siempre pulcro, llano, directo.
Con motivo del homenaje que le ofrece la Peña Chicote, Josefina dice a su entrevistador: “Mi ambición es escribir sencillamente, pero he de confesar que entiendo que en periodismo lo natural es falso. Aquella sensación de cosa leve, inconsútil, que recoge el lector, cuesta lágrimas de sangre. Cuando escribo tardo una hora, el retoque me toma hora y media”. (1974)
A continuación, voy a transcribir literalmente una declaración en una entrevista de la propia Josefina, al final ya de su vida, desde su condición de mujer, que habla por sí sola sobre la temática a la que se refiere este certamen.
“Siempre he sido muy feminista. Cuando era joven, por el ambiente en que me movía, creía que las grandes batallas de la mujer ya habían sido libradas… Yo no era consciente de que me trataba con una élite de mujeres universitarias, algunas de gran talento. Ahora, es cierto que el feminismo no es minoritario como entonces y hay en general una mentalidad mucho más avanzada sobre los problemas de la mujer. Pero también pienso que se están desquiciando. Algunos van a decir que me muestro reaccionaria por esto. Entonces nos preocupábamos de que la mujer alcanzara un pleno desarrollo como persona, que estudiara, y ahora, en cambio, parece que en el primer plano de la preocupación de las feministas están los problemas particularistas, íntimos, como son la píldora, el aborto, que yo no digo que no tengan su importancia, pero que achican la problemática femenina”. (1978)
El amor de una madre es único, inigualable.
Para concluir voy a añadir un alegato sobre la mujer que para mí más se vincula con nuestra forma de ser, ya que ella, generalmente, es la que nos cría desde el nacimiento y nos prepara y cuida hasta la vida adulta, y/o incluso hasta bien pasada ésta en ciertas ocasiones: la madre.
Siendo lo más puntilloso posible, empezaré desde el feto. El feto, una vez formado, puede captar el sonido de su madre, las emociones de su madre, la salud de su madre, a través del cordón umbilical cuando ya se encuentre suficientemente desarrollado.
Además, según se alimente la madre así alimentará al embrión o feto por vía del citado cordón y porque está inmerso en el líquido amniótico que hace madurarlo.
Lo crucial vendrá tras el parto, en los primeros años de crianza de la niña o niño. Durante los tres primeros años la criatura, comúnmente, no se separa de la madre, ya que, como mamífero vivíparo, o bien debe ser amamantada por la misma o debe recibir atención directa de ella.
A partir de los tres años, aproximadamente, si se hallan ambos padres, madre y padre, al cargo de su vástago, como si sus cuidadores fueren una pareja del mismo sexo, como si al cargo solo estuviese una sola persona, la madre o el padre u otra responsable, el caso es que la hija o hijo no debe desatenderse en su alimentación tampoco, motivándola o motivándolo a una dieta sana y saludable para que, de mayor, tenga el buen hábito adquirido. La educación, igualmente, es crucial, y, aunque la podía haber añadido desde el primer mes de vida, la dejo opcional, o más bien guiada por los pasos y carantoñas de los padres, que, bien lo saben de los que les tocaron tener a ellos también, en la infancia tan temprana hay que estimular al bebé para que vaya ojeando y reconociendo el ambiente, las emociones, etc., de lo que lo rodea; aunque ya por sí solo capta y aprende a través de los sentidos y por medio de su blanda y maleable masa cerebral lo necesario para desarrollarse cognitivamente de manera adecuada.
Voy a complementar, para esos padres insistentes en la educación de sus hijos, que es bueno, también, que les enseñen los colores, las formas, que prueben qué destrezas va teniendo el bebé en esos tres primeros años de vida. Sobre todo, si resulta que éste tiene altas capacidades, en algún tipo de modalidad (música con algún instrumento; en la lectura sea avanzado…), pero, por favor, sin presionarlo, como pudiese ser en épocas pasadas; siempre respetando los gustos de la niña o niño superdotado o superdotada.
Siguiendo desde los tres años, la familia tradicional, madre y padre, por generalizar y no enrollarme en exceso, velará porque su descendencia esté protegida y sana en el aspecto de la salud: vacunándola, desvelándose por si padece algún problema de desarrollo. Así, la criatura, con los años, se irá forjando, a través de la familia y por medio de ésta, un lugar en la sociedad. Afectivamente, si es bien tratada y responde bien, no tiene por qué tener problemas. Mas hay otros factores que escapan al control de la familia, tales puedan ser las amistades de la chica o chico, el ambiente social que le rodee, la situación política en la que viva, por poner unos ejemplos.
Dicho lo cual se puede colegir que la implantación en la Constitución Española de los derechos de la mujer como los del hombre se asumirán como equiparables: como pudiera suceder en un matrimonio bien avenido, ni uno ni otro debería estar por encima, ambos deberían complementarse y “aguantarse” con sus pequeñas manías, aunque ya sé que suena muy mal eso de “aguantarse”, pero aquí lo utilizo en el sentido de una convivencia llevadera, no limitante, y, ante todo, no incapacitante.
Las madres y sus hijas e hijos como con sus padres estrechan vínculos familiares que componen esos grupúsculos en los que los humanos nos movemos: valorémoslos más y sintámonos más orgullosos de ellos. Son nuestros ancestros, o nuestros descendientes. Son nuestras madres, nuestros padres. Son nuestro legado.
Preciosa reflexión Pedro eres un artista, un fuerte abrazo campeón
ResponderEliminarPrecioso querido sobrino 😘😘
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